Los devoradores de libros by Sunyi Dean

Los devoradores de libros by Sunyi Dean

autor:Sunyi Dean [Dean, Sunyi]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9786075577043
editor: Océano Gran Travesía
publicado: 2023-02-01T00:00:00+00:00


EL DESTERRADO ANTES

CONOCIDO COMO PRÍNCIPE

CINCO AÑOS ANTES

El hijo del rey enloqueció de dolor, y en su desesperación se arrojó de la torre. Pudo salvar la vida, pero los espinos en los que cayó le sacaron los ojos. A continuación, erró ciego por el bosque, no comía más que raíces y bayas, y no hacía otra cosa que no fuera lamentarse y llorar por la pérdida de su amada.

Hermanos Grimm, Rapunzel

Devon pensó que nunca amaría a nadie tanto como amaba a Salem. Las heridas cicatrizaban, la piel se hacía gruesa, rígida y resistente, o eso decía la gente, tal como decía que gato escaldado, del agua fría huye, “el tiempo lo cura todo” y otros dichos y frases comunes.

Los lugares comunes se equivocaban.

Devon se equivocaba.

Cuando llegó el momento, dio a luz a su segundo hijo en el sofá del cuarto de juegos de la casa señorial Easterbrook, porque incluso después de que se rompió la fuente y empezaron las contracciones, decidió seguir jugando Final Fantasy. Sólo cuando el dolor aumentó tanto que ya no pudo sostener el control permitió que Jarrow saliera corriendo a buscar ayuda. Para entonces estaba echada de costado y difícilmente podía caminar a ningún lado.

Y después, cuando su hijo recién nacido, acurrucado en sus brazos, abrió los hinchados ojos, su corazón volvió a abrirse, como si no hubiera aprendido nada la primera vez.

—Un niño —dijo la tía más cercana, y se oyeron murmullos desilusionados en respuesta al anuncio.

Apenas tres tías vivían en la casa, de unos cuarenta adultos en total. Devon no conocía sus nombres y no había intercambiado una sola palabra con ninguna de ellas hasta ese momento. De todas formas atendieron su parto, porque eso era lo que se esperaba que hicieran las mujeres por las demás.

—¡Un niño! ¡Maravilloso! —Jarrow revoloteaba de gusto de un lado a otro del cuarto, y las tías, irritadas, lo apartaban—. ¿Cómo te sientes, Dev? —su voz era como la de un niño de doce años, y su alegre entusiasmo daba un aspecto infantil a sus facciones.

—Me siento… —Devon bajó la mirada hacia el bultito que se retorcía contra su pecho mientras las tías iban de aquí para allá para llevarse la placenta y limpiar el desorden.

El mantra, pensó. Que no te importe, no te encariñes, sólo piensa en Salem.

No funcionó. Las ensayadas palabras se vinieron abajo. Ya sentía apego, una vez más, por una diminuta criatura que la desmoralizaría por completo cuando las familias se la quitaran, sólo que esa vez las cosas eran más difíciles porque, ¡qué horror!, era un niño y de grande podría ser algo peor que una novia: un caballero, o incluso un esposo. O ambas cosas. Alguien que hiciera daño a las mujeres y que cazara princesas. Y de todas formas lo adoraría sin remedio y sufriría eternamente por su pérdida.

Porque eso es lo que ningún cuento de hadas admitiría jamás, pero ella lo comprendió en ese momento: el amor no era intrínsecamente bueno.

Podía, sí, inspirar bondad, sin duda. Eso no lo discutía. Los



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